Es Calor Frío

Me toca a mí esta vez.
Comencé a preocuparme cuando ya eran más de 15 años en que no me podía dormir sin ajustarme las sábanas tras mi cuello. Siempre fue absurdo pero yo, un infante, tenía el derecho de justificarte como un temor a los que evaden la luz como tú, que me atacabas cuando la noche me dominaba, y tomabas conciencia de mi real soledad, en tu ritual abusador.

Es siempre cuesta arriba.
Ni mis poderosas seducciones han logrado adueñarme de tu sangre. Conviertes tu sábana en protector del filo de mi mordida. Mi hálito no te vulnera. Sólo te provoco un calor frío, distractor de tus ridículos miedos.

Escúchame.
La maldita certeza de tu eterna compañía erizaba la cima de mi espalda. Ofendiste mi ridícula sabiduría adolescente, que debiera ser recuerdo, la convertiste en mi vergüenza oculta, que no me abandona. Porque me rindo ante tu rol de perverso confesor inteligente.

Te lo repito una vez más.
No puedes aceptar que existo y tampoco eres capaz de negarme. Aprendiste finalmente que este calor frío es mío y tuyo y es nuestro innegable escalofrío, una perfecta armonía entre la brillantez de mi glamour reluciente, y la tersura de toda tu piel acalorada. Juntos hasta el infinito, hasta conquistar el susurro certero que invoque tu sangre.

También te necesito.
Todavía me cuesta agachar el alma, aunque eventualmente te desafiaré para comprender tu verdad de una vez por todas y otra vez desde el principio. Me mal educaron, me engañaron argumentando que a todo el mundo le sucede lo mismo. Yo sé que no, porque este calor y frío tuyo, me provoca y me convence.